Todo comienza con un frenesí sexual, una nube de unos cuatrocientos zánganos vibrando de excitación el día del vuelo nupcial. Hace cinco días que nació la nueva abeja reina y está lista para salir de la colmena por primera y única vez. A los zánganos, que hasta entonces han vivido a expensas de las demás, por fin les ha llegado el momento de hacer lo que nacieron para hacer. La reina se asoma por la piquera y la primavera irrumpe en sus ojos. Entra y sale repetidas veces para asegurarse de poder encontrar el camino de regreso y cuando está lista se lanza en un vuelo vertical hacia el cenit perseguida por un huracán de zánganos. Los más débiles se fatigan y rezagan pronto pero los fuertes le siguen el paso probando que son genéticamente más aptos para reproducirse que sus hermanos. Finalmente uno atrapa a la reina en un abrazo y juntos ascienden en un baile espiral. Un minuto después el abdomen del zángano se abre y cae muerto desde las alturas. Sus genitales se desprenden y quedan insertados en la reina como un tapón que mantendrá su esperma dentro hasta que otro zángano lo remueva para dejar el propio. Al final, la reina se acopla con unos siete machos para asegurar una mayor diversidad genética en la colonia y agotada vuelve al nido en el que permanecerá el resto de su vida.
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